miércoles, 23 de febrero de 2011

Tron

 
 
Una película acerca de un hacker que entra, literalmente, en un ordenador, realizada en 1982 y producida por Disney, es hoy por hoy uno de los grandes referentes de la ciencia ficción, y una auténtica y alucinante cascada creativa. Una película de diseño, con un tratamiento visual fuera de lo normal, un vestuario empático con la estética del trabajo y una historia sencilla, y algo simplona incluso, con la música extraterrestre  de Wendy Carlos, todo un personaje…

  Tron, por supuesto, fue mucho antes que Matrix, pero seguro que los Wachowski tomaron buena nota de la película dirigida por Steven Lisberger y protagonizada por Jeff Bridges. Una película que en su momento fue un rotundo fracaso comercial, y que llega hasta nuestros días con mejor salud que cuando se estrenó.

   Tron no es una película que se adentre en dilemas morales y en complejidades, pero claro, esto es cosa de la empresa que la produjo y de su característico estilo conservador a la manera del Reader´s Digest, capaz de reinterpretar la tradición sin complejo alguno, y de proyectarse hacia al futuro, haciendo un uso muy particular del concepto fantasía. Un trabajo que si pasa a la historia del cine es más por cuestiones formales que por otras de fondo igual de importantes, o más si cabe, que las anteriores. 
  Un universo juvenil, electrónico y luminoso, especialmente recomendado para aquéllos que crecieron en los años 80 y para los amantes de una clase de entretenimiento que aparta al espectador de cuestiones mayúsculas para sumergirlo en otras durante un espacio de tiempo.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Ciudad de Dios

   Ciudad de Dios es una crónica de la dura realidad de las favelas de Río de Janeiro desde los años sesenta hasta la década de los ochenta, y unas de esas películas relativamente recientes que en poco tiempo han conseguido el reconocimiento de clásico. 
  ¿Es posible que esta película de Fernando Meirelles y Katia Lund no guste a alguien? Sin duda es posible, pero eso sí, poco probable. 
  Ciudad de Dios es, como resulta lógico siendo éste el título del film, un barrio olvidado por Dios. Una película construída sobre una carrocería de thriller, de ritmo vertiginoso y con un gran trabajo de montaje que expone al espectador a una crudeza real, a un mundo que no es sólo fruto de la imaginación, sino sobre todo de la observación transformada en película de más de dos horas de duración, sorprendentemente ágil y visualmente atractiva.

  La belleza en medio del caos de la selva urbana. La venganza como tema central de la película, y un protagonista plural que desarrolla magníficamente la narrativa de este trabajo estructurado a la manera clásica en tres partes claramente diferenciadas. Un drama de tejido social, y una especie de Short Cuts a la brasileña, inmerso en un clima de violencia y extrarradio de bochornoso realismo para esta cosa llamada capitalismo, que como matrix está aquí y allá, y está en todas partes. Su mierda, al parecer, ha salido esta vez de debajo de la cama, como en alguno de los grandes éxitos del cine documental de los últimos quince años. Porque gracias al cine no sólo imaginamos mundos ajenos, sino que también sabemos más acerca del nuestro.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Vals con Bashir

  
Los documentales animados existen, y los documentales de animación, también. Lo que ocurre, quizás, es que el género documental es un género muy estereotipado, aunque en las últimas décadas haya renacido de sus cenizas con evidente fortaleza, mostrando diferentes formas de tratar el género, ya no sólo en el cine, sino también en la televisión.

  Vals con Bashir es, para empezar, un documental atípico, una grandísima película de animación, y una valiente aproximación a uno de los conflictos más importantes de finales del siglo pasado. A base de impresionantes dibujos de gran potencia visual y onírica, el documentalista judío Ari Folman recuerda la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982, por medio de una historia que habla, sobre todo, acerca de la memoria y la violencia, pero también acerca de los sueños y las pesadillas.
  Ari Folman consigue que ésta sea una película inteligente y eficaz desde el primer minuto hasta el útimo. Comprometida, artística y, sobre todo, de enorme sensibilidad, con una gran historia, contada a base de dibujos animados, combinando distintas técnicas de animación y complementando el aplastante trabajo visual con una no menos descomunal banda sonora. Un auténtico homenaje a películas tan dispares como Apocalypse Now o Ciudadano Kane, Vals con Bashir pega donde duele.  
  Dura y emotiva, ésta es una película ante todo necesaria. Una indagación en toda regla en la naturaleza del ser humano. Realismo surrealista. Protagonistas perfilados con gruesos trazos negros. Alto contraste. Un mundo de pesadillas y sueños.

martes, 1 de febrero de 2011

El odio

El odio es uno de los más interesantes retratos sociales del cine de los años noventa, la ópera prima de Mathieu Kassovitz, y uno de los más entusiastas y realistas trabajos de la cinematografía francesa. Un país retratado desde los suburbios marginales hasta el epicentro de la capital, y una historia que podría transcurrir  en cualquier país desarrollado con una mínima herencia colonial. Diálogos de crudeza urbana en un entorno de planos en blanco y negro y unos personajes carismáticos: Un judío, un negro, y un árabe, con sus respectivas personalidades, conformando todo un tridente. Vince representando a lo salvaje, Hubert, el Superego, la razón, en constante lucha con Vince, y Saïd, el Ego que estaría en medio y medio de la disputa anterior. Tres personajes que forman uno, y una frase que lo resume todo: “El odio sólo engendra más odio”.
  El odio es una película tremendamente actual, con cierto tono documental, pero una película de ficción, al fin y al cabo, de una vigencia total. Una historia de amistad y violencia, y un trabajo en gran medida premonitorio de lo acontecido en las calles francesas en los últimos años. Una película de gran potencia visual, particularmente intensa, y toda una radiografía social, con estupendos planos-secuencia de alto contraste, y un gran trabajo interpretativo de Vincent Cassel, un actor siempre rotundo al frente de este  duro retrato de la sociedad francesa.

   El odio reúne los requisitos necesarios para convertirse con los años en lo que ya es en cierto modo hoy: una película de culto.