En Shortbus, las emociones humanas y la relación de éstas con el sexo, vistas con enorme sensibilidad, y con un envoltorio musical en sintonía con las imágenes de esta historia, hacen de la película de Cameron Mitchell una pequeña joyita tragicómica de esta última década y, sobre todo, de un cine marcado por el 11-S y, sin ninguna duda, de un cine para mayorías.
Felicidad, satisfacción afectiva, y sexual, relaciones entre individuos en una gran ciudad, y otros asuntos por el estilo, son tratados en Shortbus con la ya característica vena cómica del director, heredada de maestros como John Waters, o Woody Allen, aunque todavía muy lejos de la maestría de éstos, tanto a nivel historia, como a nivel estético.
Sin duda ésta es una película que logra divertir y entretener a un tanto por ciento importante de un público a medio camino entre lo comercial y lo alternativo, aunque del mismo modo tiene un gran pero, ya que se habla mucho, y se dice poco. Y es que es lo que tienen los experimentos, que son eso, experimentos.
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