miércoles, 19 de mayo de 2010

Nadie sabe


  Realismo cinematogáfico. Sí, suena bien. Pero sí, también suena raro, e incluso contradictorio, digámoslo claramente.  
  Nadie sabe es una película dura y desgarradora, enmarcada en este realismo cinematográfico del que les hablo. Una película que fácilmente podría incorporar un cierto discurso político, ya que a partir de las condiciones sociales de un grupo de personajes, y más si éstos son unos niños, sería lo más sencillo, pero Kore-eda trabaja con las emociones y con lo inesperado, como un documentalista, sobre una base de ficción sugerente, emotiva, y dramática, logrando que su trabajo llegue a parecer, por momentos, un episodio documental. La realidad supera con creces a la ficción en esta película, que es una demostración clara de lo que supone vivir en este mundo igual de bello que de triste. Un retrato existencial de máxima intensidad al estilo de algunos cuentos clásicos como Hansel y Gretel. Koreeda pone rostro a la desgracia, y no al mal, pues nadie sabe ni que por qué existe ni cómo es su rostro, si es que lo tiene. Hirokazu Kore-eda está considerado uno de los directores más interesantes y personales del cine japonés por algo. Fiel a un estilo austero, pero no carente en absoluto de emoción, y con gran capacidad de observación y rigor, reconstruye en Nadie sabe un caso real que en 1988 conmocionó a la prensa y a la sociedad japonesa: una madre soltera abandonó a sus cuatro hijos para formar otra familia en otra ciudad. Kore-eda, una auténtica eminencia en el vigoroso cine japonés actual, supo aprovechar esta impagable fuente facturando una película excelente.

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