jueves, 7 de octubre de 2010

El último tango en París


Marlon Brando exploró en multitud de ocasiones los más oscuros rincones del ser humano, y El último tango en París es una de esas películas construídas, en gran medida, a partir del propio Brando, y de su personaje. Una película donde un tanto por ciento muy importante lo pone él, y el resto, la maravillosa música del argentino Gato Barbieri y la hermosa, amarillenta, y también tristísima fotografía de Vittorio Storaro, contrapunto lírico de una historia dura, dirigida por Bernardo Bertolucci, y que pasaría a la historia del cine más por cuestiones formales que por su profundidad como historia, porque sí, ésta es una de esas películas recordadas por una escena, por una secuencia, o por un plano, si me apuran. Y sí, hay una escena particular, e icónica, diría yo, en El último tango en París, y es aquélla en la que el personaje masculino sodomiza a la mujer, valiéndose de un poco de mantequilla a modo de lubricante. Este tipo de escenas, y el tratamiento de la temática erótica desde una óptica inusual, con escenas de desnudos frontales de la mujer, causarían un gran impacto en la sociedad de la época.

Y les decía que esta película era en gran medida Brando, y que Brando era la película, y es que ya no estamos hablando de un joven Marlon, sino de un actor maduro, curtido, gastado, y cansado, incluso. Un actor que sabe más por viejo que por diablo. Un monstruo que antes de dejar este mundo, decide atrapar, antes de irse, a su presa. Como acto final, como redención, quizás, en ese abismo que se extiende al final de las vidas de todos y cada uno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.